Explicación del Curso



Explicación del Curso.

Estos estudios presentan una diferencia fundamental entre el conocimiento y la percepción. El conocimiento es la verdad bajo una Ley, la Ley del Amor, Dios. La verdad es inalterable, eterna, y libre de ambigüedades. Puede no ser reconocida, pero no puede ser modificada o alterada. Se aplica a todo lo que Dios ha creado, y sólo lo que Él ha creado es realidad. Todo lo negativo es creación del hombre, es irreal, y es falso. El conocimiento no tiene opuestos, no tiene principio ni fin, simplemente ES.

El mundo de la percepción, por otra parte, es un mundo en la dimensión del tiempo, de principio y final, está basado en interpretaciones no en verdades. Es el mundo del nacimiento y la muerte, de la creencia en la escasez, la pérdida, la separación y la muerte. No es lo que se nos ha conferido, sino lo que hemos aprendido seleccionando y subrayando valores falsos. Es inestable en su funcionamiento y falso en sus interpretaciones. Del conocimiento y la percepción emanan respectivamente dos corrientes opuestas en todos sentidos. En el plano  del conocimiento no existen pensamientos separados de Dios ya que Dios y su creación representan una sola e inseparable Voluntad. El mundo de la percepción, está basado en la creencia de voluntades opuestas y separadas que están en conflicto perpetuo entre sí y en conflicto con Dios. Lo que se ve y se escucha mediante la percepción aparenta ser real porque da paso y deja llegar a la conciencia únicamente lo que guarda conformación con los deseos del que percibe. Esto da lugar a que se forme un mundo ilusorio que requiere ser constantemente  defendido y reforzado porque no es real. Una vez que el individuo ha caído en el mundo de la percepción, es cautivo de un sueño  del cual  no  puede  escapar  sin  ayuda,pues todo lo que sus sentidos le muestran forma testimonio de “realidad” dentro de ese sueño,  Dios  ha  provisto  una solución, la única salida, la verdadera ayuda; y esta es la función de su Voz, el Espíritu Santo o Espíritu Divino, y este es el elemento mediador entre dos mundos, y nos lleva a conocer la verdad al mismo tiempo que reconocemos el mundo ilusorio. Es meta del Espíritu Divino la de llevarnos a escapar del falso mundo del ensueño, mostrándonos el camino para cambiar nuestros pensamientos y poder enmendar ese error. La inmensa ayuda para ese gran aprendizaje radica en la gracia del Perdón, pero esta palabra representa en estos estudios toda una iluminación cuyos alcances y su definición serán comprendidos más adelante.

El mundo que percibimos sencillamente refleja nuestra propia interpretación a través de las ideas, deseos y emociones predominantes en nuestra mente. Tomamos como punto de  partida nuestro  interno, decidimos qué clase de mundo deseamos ver y proyectamos esta imagen al mundo externo  haciendo que sea  verdadera según  hemos establecido la forma de verlo. Es verdadero de acuerdo con nuestra interpretación de lo que estamos viendo. Si de esta manera usamos la percepción para justificar nuestros propios errores, nuestros enojos, nuestros impulsos agresivos, nuestra falta de amor en cualquier forma, veremos un mundo deformado por la maldad, la envidia, la destrucción y la desesperanza. Todo esto tenemos que aprender a “perdonarlo” es decir; a conciliarlo. No porque tratemos de se Buenos o Caritativos, sino porque lo que vemos no es verdad. Hemos distorsionado el mundo por nuestra desviada defensa, y vemos cosas que realmente no están allí, Al ir aprendiendo a reconocer estos errores de percepción, aprenderemos a ver más allá y a perdonarlos viéndolos bajo otra luz. Al mismo tiempo nos estaremos perdonando a nosotros mismos mirando más allá del concepto  deformado de nuestro Yo, descubriendo el Yo que Dios ha puesto en nosotros.

El pecado se define como falta de amor, y como el amor es todo ante el Espíritu Divino, el pecado es sólo un error que necesita corregirse, y no un mal que requiera castigo.

Nuestras  limitaciones, torpezas, y debilidades, provienen del sentido de carencia que impera en el mundo ilusorio. Desde ese punto de vista cada individuo trata de ver en otros las faltas que él mismo cree tener. Dice que ama a alguien para obtener algo. Esto es lo que se hace pasar por amor en el mundo ilusorio. Un enorme error pues el Amor es incapaz de pedir nada. Es a nivel de la Mente Crística que está en todos nosotros, donde la verdadera unión es posible, y de hecho nunca se ha perdido. El pequeño yo (ego) trata de sobresalir mediante la aprobación externa, posesiones externas, y amor externo. El verdadero Yo creado por Dios no tiene necesidades, es infinitamente completo, seguro, amado y amante. Trata de compartir y no de obtener de extenderse más que de proyectarse. No requiere nada y sólo desea unirse con otros en mutua conciencia de abundancia y de ayuda. Las relaciones de necesidades en el mundo son destructivas, arrogantes, e infantilmente egocéntricas. Sin embargo, al abrirse al Espíritu Divino se purifican y se abren los caminos para reintegrarnos con Él. El mundo se vale de un sistema de relaciones exteriores como un arma que excluye y establece separaciones. Todo esto el Espíritu Divino lo convierte en milagros impartiendo la lección perfecta en el perdón y el despertar del ensueño. Cada ser humano representa una oportunidad de sanear su percepción y corregir los errores. Cada uno representa una oportunidad de perdonarnos a nosotros mismos y al perdonar al prójimo, cada semejante se convierte en otra ocasión para reconocer a Dios.

La percepción es una función corporal y por tanto limitada, ve a través de los ojos del cuerpo, y oye con los oídos del cuerpo produciendo reacciones del mismo cuerpo igualmente limitadas. El cuerpo aparenta tener motivaciones propias e independientes, pero en  realidad  sólo  responde a la intención de la mente. Si la mente trata de usar al cuerpo en cualquier forma de agresión, la materia sucumbe a la enfermedad, a la vejez y a la decadencia. Si la mente acepta el propósito que el Espíritu Divino le asigna, el cuerpo se convierte en un camino de comunicación con otros, es invulnerable mientras se le necesite, y será dulcemente abandonado en la muerte cuando termina su misión. Por su propia naturaleza es neutral, como todo el mundo de la percepción, ya sea que se le utilice para fines egoístas o para los fines de la Inteligencia Superior, todo depende del uso que la mente le quiera dar.

Opuesto al ver con los ojos del cuerpo está la Visión Crística reflejando fortaleza y no debilidad, unión y no separación, amor y no temor.  Opuesto al oír con los oídos del cuerpo está la Voz de Dios, el Espíritu Divino que palpita en cada uno de nosotros. Esta Voz parece lejana y difícil de escuchar porque la voz del ego clamando a favor del pequeño ente en su ilusoria separación parece ser más fuerte. En realidad lo contrario es lo verdadero. El Espíritu Divino habla con inconfundible claridad, con subyugante sabiduría. Sólo el que prefiera identificarse con el cuerpo material podrá estar sordo a su mensaje de liberación y de esperanza y podrá rehusarse a aceptar con regocijo la visión de Cristo en una feliz substitución cambiándola por el triste y mezquino cuadro de su propio egoísmo. La visión de Cristo es el regalo que nos confiere el Espíritu Divino, es la luz de Dios para disolver la falsa idea de separación, y la creencia de que el pecado, la culpabilidad, y la muerte son realidades. Es la gran corrección a todos los errores de la percepción, la  conciliación de los  valores aparentemente opuestos. Su luz benévola nos muestra a todas las cosas en su verdadera realidad y nos conduce por el camino que regresa a Dios en una forma no tan sólo posible, sino inevitable. Lo que antes nos parecían injusticias que alguien nos hacía, ahora se convertirán en una llamada de ayuda y de unión hacía esa persona. El pecado, la enfermedad, la agresión, se interpretarán como errores de percepción que piden ser remediados con la dulzura y el amor. Serán abandonadas las defensas que al no ver agresión, ya no serán  necesarias. Las necesidades de los hermanos serán las mismas que las nuestras porque ellos igualmente llevan el mismo camino hacia Dios y sin nuestra compañía se perderían así como nosotros perderíamos el camino sin ellos.

En el Cielo el Perdón no existe y su necesidad es inconcebible. Pero aquí el Perdón representa una corrección necesaria para los errores que hemos cometido. Sólo podremos alcanzar el perdón al ofrecerlo porque en ello se refleja la ley divina que dice que “Dar y Recibir es lo mismo”. El Cielo es simplemente el estado en el que todos los hijos de Dios fuimos creados. Esta es la  realidad eterna, y por haberla olvidado, esto no la ha cambiado. Perdonar es el medio para recordar, por el perdón el pensamiento del mundo será cambiado. El mundo perdonado se convertirá en el portal hacia el Cielo, pues por su gracia podremos al fin perdonarnos a nosotros mismos. Al no sujetar a nadie como reo de culpabilidad, nos habremos liberado pues al reconocer el espíritu de Cristo en todos nuestros hermanos, reconoceremos su presencia en nosotros mismos. Olvidando nuestros errores de percepción y con nada que nos detenga podremos recordar nuestra unión con Dios. Más allá de esta enseñanza no podemos ir. Cuando estemos listos, el propio Señor nos conducirá a tomar el paso final en el regreso a Él.

Este es un Curso de Milagros en el Interno, es un curso obligado, sólo el tiempo que se le invierta es voluntario. El libre Albedrío no significa que uno pueda establecer el programa,  sólo significa que uno puede elegir lo que quiera estudiar en un momento determinado. El Curso no trata de enseñar el significado de Amor pues esto está más allá de la enseñanza, sin embargo, trata de despejar el camino hacia la percepción de la presencia del Amor lo cual es nuestra legítima herencia.
Opuesto al Amor está el temor, pero lo que abarca todo no puede tener opuestos. Este Curso por lo tanto se puede resumir sencillamente de esta manera:

NADA REAL PUEDE SER AMENAZADO. NADA IRREAL EXISTE. EN ESTO SE ENCIERRA LA PAZ DE DIOS.

Nueva York, Julio 1977.

Traducción al Español en México: Emilio E. Guzmán.

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